Se acabó el sentirse parada.
El inutilizarse las manos.
El huir de lo incorrecto.
El enjuague para la tos a base de arándanos y limón.
Si decidía acabar con todo ahora, dejaría atrás un leve rastro de humo fumable por cualquier indigente que pasara en ese momento. Eso es lo que más le fastidia, pensar que no deja rastro del lugar de donde huye. Es consciente que al romper con todo comenzará a deambular durante meses por una ciudad desconocida. Pasará horas y horas sin llevarse nada a la boca, pasará minutos sumergida en una auto-culpa mezquina, segundos y segundos de reproches ruidosos: “¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? Lo tenías todo, el sonido de una armónica tocándote las nalgas mientras escribías sólo para ti. Tenías una especie de casa coronada con doble jardín. ¿Por qué entonces?”
Por la parada sensorial, así de sencillo, había dejado de sentir (porque todo acaba). Ni pena ni gloria, ni alegría ni llanto, sólo un hueco profundo que le atravesiesa la garganta y le llega al esófago. Por eso comenzó a toser tanto, por eso cada cuatro palabras ese sonido molesto se apodera de ella. Dejó de emitirlas, sin ellas el hueco permanecía tapado, solapado a base de ganas retenidas. “¡Quiero gritar!, quiero gritar nueve palabras seguidas: sirope, mantequilla, cava, castañas, fuegos artificiales, tú, yo, todo...nad...”.
El inutilizarse las manos.
El huir de lo incorrecto.
El enjuague para la tos a base de arándanos y limón.
Si decidía acabar con todo ahora, dejaría atrás un leve rastro de humo fumable por cualquier indigente que pasara en ese momento. Eso es lo que más le fastidia, pensar que no deja rastro del lugar de donde huye. Es consciente que al romper con todo comenzará a deambular durante meses por una ciudad desconocida. Pasará horas y horas sin llevarse nada a la boca, pasará minutos sumergida en una auto-culpa mezquina, segundos y segundos de reproches ruidosos: “¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? Lo tenías todo, el sonido de una armónica tocándote las nalgas mientras escribías sólo para ti. Tenías una especie de casa coronada con doble jardín. ¿Por qué entonces?”
Por la parada sensorial, así de sencillo, había dejado de sentir (porque todo acaba). Ni pena ni gloria, ni alegría ni llanto, sólo un hueco profundo que le atravesiesa la garganta y le llega al esófago. Por eso comenzó a toser tanto, por eso cada cuatro palabras ese sonido molesto se apodera de ella. Dejó de emitirlas, sin ellas el hueco permanecía tapado, solapado a base de ganas retenidas. “¡Quiero gritar!, quiero gritar nueve palabras seguidas: sirope, mantequilla, cava, castañas, fuegos artificiales, tú, yo, todo...nad...”.